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TRINCHERAS DE IDEAS

¿Todo está bien?

CYNTHIA SÁNCHEZ

Hace un par de días, por la noche, me escribió una amiga que hacía mucho tiempo no sabía nada de ella. Requería escucha y acompañamiento. Nos videollamamos. En una parte de su diálogo dijo que le hacen sentir que todo está bien, que es ella la que no puede.

La charla se prolongó, pero al final, ella dijo que solía sentirse sola, sin empatía, sin nadie que en realidad simplemente la escuchara sin juicios ni consejos “bienintencionados”. Y reflexiono ahora qué solos e insuficientes nos hace sentir el sistema en el que vivimos. Un sistema donde la premisa es ser superproductivos, felices, con un propósito; nos esclavizan con esta idea de que todo es posible y solo falta esforzarse, y si no lo logramos es porque hay algo mal con nosotros. Para el sistema económico y social en el que vivimos los defectuosos somos nosotros.

Sin embargo, esta superestructura que nos rige está llena de contradicciones que se acentúan a medida que las condiciones económicas se vuelven cada vez más complejas, acrecentando la miseria, la desigualdad y la extinción de los recursos naturales.

La ideología dominante nos dice que debemos ser libres, pero para elegir entre un canal y otro de televisión, entre una marca u otra de producto, entre ser explotado por una empresa o por nosotros mismos en la quimera de ser “emprendedor”. Nos dicen que nos quieren felices, pero no desarrollando y aceptando nuestras capacidades y habilidades innatas, no buscando el esparcimiento, la distracción y el ocio, sino en la búsqueda implacable por llenar una de las etiquetas sociales que cuelgan de los aparadores o en las diversas pantallas de “socialización”. Es decir, podemos ser felices a condición de ser otro. Otro que consuma, perpetúe roles y no cuestione por qué al final del día, aunque lo intentemos con todas nuestras fuerzas, no logramos llegar a la meta.

En la película Aftersun (Charlotte Wells. 2022), uno de los personajes principales, Sophie, una niña de 11 años, le dice a su padre: “¿Nunca te sientes como si acabaras de hacer un día increíble y luego llegas a casa y te sientes cansado y deprimido y sientes que tus huesos no funcionan? Simplemente están cansados y todo está cansado. Como si te estuvieras hundiendo”.

Cuántos de nosotros vivimos con los huesos cansados, cansados de todos los días levantarse y luchar por un salario que no nos alcanza para llegar a fin de quincena; cansados de sentir que es uno el que no alcanza, el que no llega; cansados de buscar comprensión y compañía para de verdad, en lo profundo, decir cómo nos sentimos y sentir que no estamos solos, que no somos los únicos; cuántos seguimos sonriendo porque es más fácil que en realidad aceptar que no sabemos qué estamos haciendo, a dónde se supone que nos lleva esta corriente.

La sociedad nos dice que todo está bien, que las cosas son así, que hay que esforzarse más, siempre más, y nos pone las excepciones a la regla como un señuelo aspiracional. No es casual que se explote y difunda hasta la saciedad la historia de éxito de aquél que sí pudo romper el cerco de su condición social limitante, que literalmente es una historia entre la de millones. ¿De verdad los demás no desean tener mejores condiciones?, ¿de verdad no lo manifiestan lo suficiente? Nos obligan a creer que somos la piedrita en el cuenco de arroz.

Pero, ¿y si las cosas pudieran ser de otra forma?, ¿y si hay otra manera de organizarnos para generar lo que requerimos para vivir?, ¿y si hay otras formas de relacionarnos para acompañarnos y apoyarnos?, ¿y si es mentira que todo está bien?, ¿y si en realidad todo está mal y sí podemos, pero con otro paso, con otra intención, hacia otro camino?

csanchez@diariodexalapa.com.mx

Ser otro, ¿fantasía o necesidad?

TRINCHERAS DE IDEAS

Cynthia Sánchez

Suena la alarma, suspiramos, nos levantamos, intentamos echar a un lado la desazón de iniciar otro día. Iniciamos la rutina, repasamos los pendientes…

Todos los rostros que topamos en la calle llevan su propio ritmo, su propia agenda, su propio infierno, el propio día a día que en algún punto parece la repetición en espiral de una vida que ya no recordamos cuándo la elegimos, en qué momento llegamos a los roles de los que ahora parece no haber escapatoria.

Qué somos y qué nos define en el marasmo de una cotidianidad atravesada por el sistema económico-político-social vigente pero no por ello menos obsoleto y en degradación.

Cuál es la razón de cada abrir de ojos más allá de ser un engrane del capitalismo, más allá de ser un número en la nómina, más allá de ser un like en las redes, más allá de lo inobjetable, más allá de las apariencias. ¿En qué podría reconocerme?, ¿en quién puedo hacer eco?

¿Qué pasaría si un día andado por la calle me encontrara con otro yo? Alguien que tomó el otro camino, que dijo sí en vez de no, ¿y si fuera cierta la fantasía de ser otro?

En El Hombre Duplicado (José Saramago, Alfaguara. 2003), Tertuliano Máximo Afonso es un gris profesor de literatura de 38 años, sobreviviente de su rutina, acoplado fielmente al devenir de los días, seco de aspiraciones, amoldado al sistema, resignado a que no hay más.

Una mañana, mientas ve una película, descubre que un actor es su copia fiel, y en un arrebato lo investiga, lo encuentra, lo sigue y se da cuenta que es su gemelo idéntico, aunque no lo une lazo de sangre alguno; es solo un clon, una falla de la naturaleza. Pero lo terrible no es que tenga un doble, sino que aquel tiene una vida totalmente distinta.

Como toda novela de Saramago, la historia pone en la mesa la necesidad de reflexionar qué nos da identidad, qué nos hace únicos, cómo se han tejido en nuestro cerebro los códigos que nos hace ser quienes somos.

Y cuestionarnos sobre nuestro ser puede arrojarnos también a preguntarnos, ¿es posible revelarnos de nosotros mismos?, ¿de nuestros patrones, de nuestros vacíos, de nuestros miedos?, ¿podemos salir de la fosa de nuestras oscuridades?, ¿quiénes seríamos si pudiéramos sobreponernos a lo que somos, a lo que nos dijeron que somos?
¿Y si más allá de unidades productivas enajenadas por el sistema pudiéramos ser personas únicas y libres de realizarnos en nuestra verdadera habilidad?
¿Y si más allá de afanarnos en cumplir con estándares para ser objeto de uso y desecho fuéramos libres de expresarnos en nuestra particularidad?

¿Y si más allá de organizarnos de forma piramidal creyendo que avanzar es pasar por encima del otro y mejor le apostamos a las relaciones horizontales, igualitarias, donde cada uno aporte en su capacidad?
¿Y si dejamos de creer que somos de facto seres egoístas incapaces del cambio y nos animáramos a creer que podemos ser solidarios?

¿Quién hubiera querido ser?, le preguntaron a la escritora argentina Silvia Ocampo, “Ser yo misma corregida varias veces por mí misma”, respondió.

Desde un cuarto piso, con la ventana abierta por donde me llega el eco de la ciudad convulsa, me pregunto, ¿quién hubiera querido ser?, ¿hay tiempo?, reflexiono mi respuesta. ¿Y ustedes?

csanchez@diariodexalapa.com.mx