Archivo de la etiqueta: oración

Mientras no se resuelvan a hacer oración, no tienen derecho a quejarse

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Por el cariño tan grande que le tenemos a Cristo Jesús debemos ser muy leales y respetuosos de su evangelio. No basta decir que amamos al Señor y le tenemos una profunda devoción, sino que es necesario vivir su palabra. Ahí está la clave de nuestra fidelidad. Si no queremos que el amor a Jesús sea algo transitorio, que pase conforme pasa el tiempo, tenemos que aprender a respetar y acoger su palabra.

¿Cómo crecer en el amor a Jesús? No sólo porque se siente el cariño, porque se experimenta un gran sentimiento y porque en algunos momentos, tocados por la gracia, llegamos a conmovernos, sino que comprobamos que se crece en el amor a Cristo Jesús cuando aprendemos a hacer realidad lo que nos pide, cuando cumplimos su santísima voluntad. En eso encontramos un criterio auténtico para saber que estamos creciendo en el amor a Cristo Jesús.

No valdría mucho quedarse en el sentimiento si no vivimos su palabra, si no ponemos en práctica sus enseñanzas, si no tratamos de llevar su palabra hasta las últimas consecuencias de la vida, porque se trata de llegar a digerir y asimilar sus enseñanzas.
Y, así como lo hemos llegado a notar en la vida cristiana, hay palabras que son duras de digerir, que pueden ser difíciles de aceptar, que piden un gran esfuerzo para vivirlas, pero forman parte del evangelio de Jesucristo que así nos va mostrando el camino que debemos seguir.

Una persona que no solo siente el gusto por las cosas de Dios, que no solo se emociona, sino que está atenta para cumplir sus enseñanzas es alguien que se mantiene perseverante e inconmovible ante los embates de la vida, porque ha desarrollado una relación más íntima con el Señor y su palabra.

Una cosa que tenemos que aceptar es que tarde o temprano sentiremos la fuerza de los vientos. No buscamos a Jesús para evitar esas confrontaciones que muchas veces vamos teniendo en esta vida; tarde o temprano llegarán esos vientos huracanados, esas inclemencias de la vida, por lo que, si somos de Dios, si somos de Cristo, si estamos habituados a su palabra, experimentaremos su presencia que infunde paciencia y fortaleza delante de esas adversidades.

Jesús desde el principio habló de la cruz y de las pruebas que nos esperan. No buscamos al Señor, en este caso, para que no tengamos problemas, para que quedemos como encapsulados en una burbuja a fin de que nada nos llegue a afectar, sino que desde el principio del seguimiento entendemos que hace falta estar preparados para esos eventos inesperados, para enfrentar esas dificultades.

Cuando hay de por medio verdaderamente una vida de fe, cuando estamos habituados no solo a escuchar la palabra, sino a tratar de vivirla entonces tendremos la fortaleza para enfrentar las dificultades y para que no haya nada que llegue a afectar el amor que sentimos por Dios.

Si no somos conscientes de esta realidad, se puede uno sentir en algunos momentos decepcionado de Dios, escandalizado por el tipo de pruebas que enfrentamos, por las situaciones inesperadas que cambian el rumbo de la vida.

¿Qué es lo que puede pasar en un momento inesperado como éste, especialmente cuando no tenemos arraigada una fe, una relación profunda con el Señor? Puede suceder que uno se sienta decepcionado, que le reclame uno a Dios: por qué tenemos que pasar estas situaciones, por qué tenemos que enfrentar estas cosas, por qué tenemos que sufrir estas adversidades; y todo porque no tenemos presentes las cosas que el Señor nos ha dicho desde el inicio del seguimiento.

Hay que conservar la fe y cuidarla porque ha llegado como un don a nuestra vida. Procuremos cimentar la fe en la relación con Cristo Jesús porque llegarán esos momentos difíciles y adversidades, pero si tenemos fe nada va afectar nuestra relación con Dios, pues estaremos fortalecidos mientras pasan las adversidades en la vida.

Tengo presente la exhortación que hacía el Santo Cura de Ars a un sacerdote que se quejaba de la frialdad de sus feligreses. Le decía: «¿Ha predicado usted? ¿Ha orado? ¿Ha ayunado? ¿Ha tomado disciplinas? ¿Ha dormido sobre duro? Mientras no se resuelva a esto no tiene derecho a quejarse.

Señala el Santo Cura de Ars algo que es propio de los cristianos: cuando lleguen los problemas, más que quejarse hay que hacer oración, hay que hacer penitencia, hay que practicar las privaciones, hay que ir con Jesús al sagrario, hay que multiplicar los esfuerzos para comunicarnos más con Dios, porque en esos momentos corremos el riesgo de dejar de sentir a Dios y desconfiar de Él.

La oración y la penitencia nos darán fortaleza y esperanza para que ante esa adversidad no nos apartemos de la única fuente que nos ayudará a salir adelante. Es un contrasentido que cuando hay una dificultad a veces, por capricho, uno se aparta de la única fuente que nos puede sacar adelante en esos momentos críticos, que es precisamente la presencia de Dios.

Entre los cristianos esta es la espiritualidad que tenemos que practicar: cuando haya situaciones difíciles que rebasan nuestra capacidad de respuesta, recordar el poder de la fe y alimentarnos de la palabra, de esa palabra que hay que vivir y digerir, pues no basta decir: ‘Señor, Señor’.

No dejen de considerar el consejo del Santo Cura de Ars cuando lleguen las dificultades: no tienen derecho a quejarse si no han actuado como cristianos, si no han probado el poder de la oración, de la penitencia, de la presencia de Jesús en el sagrario. No tienen derecho a quejarse si no se han apegado al potencial de la espiritualidad cristiana.

Al dar gracias por la beatificación del papa de la sonrisa, Juan Pablo I (Albino Luciani), no quiero dejar de compartir una de sus enseñanzas que reafirma la tarea que tenemos que cumplir los pastores en la Iglesia a la hora de formar y acompañar el caminar espiritual del pueblo de Dios:

“Nuestro primer deber es enseñar a la gente a rezar, porque cuando les damos este medio poderoso, se las arreglan ellos para obtener las gracias del Señor”.

¿Rezar es anticuado y la oración es lo moderno y sofisticado?

Pbro. José Juan Sánchez JácomeSe nos invita constantemente a ser muy cuidadosos en lo que pensamos y en lo que llegamos a expresar porque sin darnos cuenta tendemos a bloquearnos, menospreciarnos y limitarnos. Eso es lo provocamos desde nuestra mente cuando decimos, por ejemplo: que nadie nos quiere, que no servimos para nada, que nuestra vida no tiene sentido.

Cuando eso es lo que pensamos y constantemente lo manifestamos perjudicamos nuestra autoestima y provocamos diversos bloqueos que nos inhiben para desarrollar todo nuestro potencial y consolidar una vida armónica y saludable.

Se nos exhorta, por lo tanto, a no bloquearnos ni menospreciarnos sino más bien valorarnos, aceptarnos y querernos para quitar todas las ataduras. En vez de expresarnos de manera negativa y pesimista, más bien llegar a decir: yo puedo, me acepto, soy importante, estoy bien, etc.

En la vida cristiana la paz, la alegría y la fortaleza nos vienen sobre todo de la oración.

En la Biblia y especialmente Jesucristo insiste y da testimonio del carácter imprescindible de la oración. Aunque en un sentido amplio rezar y orar se pueden tomar como sinónimos, en un sentido más concreto son susceptibles de diferenciarse.

Sin embargo, rezar en estos tiempos se nos hace algo anticuado. Suponemos que lo sofisticado, lo nuevo y lo moderno es únicamente la oración. De esta forma, tendemos a menospreciar uno de los niveles fundamentales de la oración que es rezar.

A Jesucristo y a los santos muchas veces les bastaba una frase, una palabra, una confesión de fe para estar en oración. Las expresiones tan profundas de los salmos y los rezos que solemos hacer, aun en su brevedad y particularidad, consiguen esos dones espirituales que tanto anhelamos: “Señor tú eres mi Salvador”; “Señor, ayúdame”; “Te doy gracias, Señor”; “Te alabo, Señor”; “Bendito y alabado seas, Señor”; etc. A veces estas expresiones bastan para que se garantice la relación con Dios.

Rezar, por lo tanto, no es hablar de algo anticuado, de un nivel que ha sido superado. Rezar para nosotros es imprescindible y se parece mucho a lo que vivimos en otras circunstancias de la vida.

Hay que notar que en su estructura rezar es repetitivo, precisamente como el amor que no deja de expresarse. Eso es exactamente lo que hacemos cuando queremos a alguien y tenemos necesidad de manifestárselo. A esas personas importantes les decimos: “te quiero”, “te amo”, “te necesito”, “te extraño”. Cuando queremos a alguien y tenemos necesidad de confesar nuestro amor, nada nos detiene.

Uno no se queja que siempre nos digan esas palabras. No se pone uno a reclamar: “eso me dijiste hace una semana, hace un mes, un año, hace 10 años”; o, “ya me lo dijiste”. Son palabras repetitivas que se necesitan escuchar y que tienen un efecto especial en cada momento de la vida.

El santo rosario es una oración fundamental para los cristianos. Además de todo el bien que provoca la relación con la Santísima Virgen María, el santo rosario ha sido nuestro compañero fiel en situaciones extremas y, particularmente, cuando enfrentamos la muerte de nuestros seres queridos.

Ante la muerte y los sufrimientos de esta vida, cuando faltan las palabras, cuando no sabemos cómo expresarnos y qué decir a Dios, el santo rosario ha sido nuestro compañero, nos ha llevado a canalizar nuestro pesar, nuestros sentimientos y nuestra profesión de fe.

Cuando alguien te dice: “te amo”, no importa que sea la décima o la enésima vez que te lo haya dicho. Siempre se necesita escucharlo.

Con el santo rosario pedimos prestadas las palabras del arcángel Gabriel, de santa Isabel y de la Santísima Virgen María para decirle algo bello al Señor, para expresarle nuestro cariño, gratitud y alabanza, así como la necesidad que tenemos de consuelo y fortaleza ante los duelos, los sufrimientos y los peligros que vamos enfrentando.

Decía Mons. Fulton Sheen: «El rosario invita a nuestros dedos, a nuestros labios y a nuestro corazón a entonar una gran sinfonía de súplica y oración, y por estos motivos es la plegaria más grandiosa que jamás haya compuesto el hombre. El Rosario es un sitio de encuentro de los no instruidos y de los sabios; es la escuela donde el amor sencillo se acrecienta en conocimientos y donde los sabios aumentan su amor».

Por lo tanto, la importancia de la oración no está en la sofisticación sino en la pasión con la que expresamos nuestro cariño y la necesidad que tenemos de Dios.

Así se refiere el gran filósofo español Miguel de Unamuno a su regreso a la fe y al santo rosario: “El rosario me hace recobrar lo que perdí por el camino inverso a aquel por el que lo perdí. Pensando en el dogma lo deshice, pensando en él lo rehago. Donde hay que pensarlo y vivirlo es en la oración. La oración es la única fuente posible de comprensión del misterio. ¿El Rosario? ¡Admirable creación! La de rezar meditando los misterios. No sutilizarlos ni escudriñarlos sobre los libros, sino meditarlos de rodillas y rezando. Este es el camino. Estos dedos que están sirviendo para contar las salutaciones de tu rosario no pueden emplearse ya, bendita Virgen, más que para narrar la gloria de tu Hijo”.

Cuando se acerque el momento de nuestra muerte y tengamos mucha necesidad de hablar con Dios para pedirle perdón, para suplicarle que nos acompañe en ese proceso difícil, para que no nos sintamos solos en este último momento de la vida; en ese momento no tendremos la capacidad de hacer grandes discursos ni de sostener un diálogo profundo con Dios.

En momentos así le diremos a Dios: “perdóname”, “ayúdame”, “te necesito”, “ten compasión de mí”, “llévame al cielo”, “Santa María, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.

Entonces los rezos de nuestra vida estarán a nuestro alcance para hablar con Dios. Y el avemaría no será monotonía sino nuestra última sinfonía.

LOS XALAPEÑOS QUEREMOS SER MEJORES HIJOS DE DIOS Y MEJORES HERMANOS DE LOS DEMÁS: Arzobispo de Xalapa

Mons. Jorge Carlos Patrón presidió la Santa Misa a las 18:00 hrs. en la Iglesia Catedral para poner la ceniza a los fieles ahí congregados. El arzobispo inició la celebración con la procesión de entrada saludando y bendiciendo a los niños y adultos mayores.

En su homilía dijo:

En Miércoles de ceniza se nos habla de tres grandes oportunidades que tendremos en esta cuaresma: LA ORACIÓN que nos pone en relación con Dios. EL AYUNO que nos pone en relación con uno mismo y LA LIMOSNA que nos pone en relación con los demás.

ORACIÓN:
“Escuchamos, oramos y comulgamos presencialmente la santa Eucaristía”.
“Cuaresma es un tiempo para una relación más íntima y más cercana con Dios a través de la oración”.

AYUNO:
“El ayuno como signo externo nos permite relacionarnos con nuestro ser más profundo. Muchas veces vivimos tratando de saciarnos de gustos, de caprichos, un consumismo permanente de todo aquello que no somos nosotros mismos” “Esas cosas ¡No nos alimentan el alma y el corazón! Hay que ayunar de todo eso.”
“La cuaresma es un tiempo maravilloso para liberarnos de esas dependencias, es el tiempo favorable para ganarnos nuestra libertad”. “Reconocer nuestro verdadero ser es ser buen hijo, hermano y amigo de todos.

LIMOSNA:
“La limosna nos permite mejorar nuestra relación con los demás”.
“Se trata de compartir lo que soy lo que tengo… compartir al que no tiene. Vivo esta relación con los demás compartiendo todo lo que he recibido de Dios a través de las obras de caridad porque expresan la gran capacidad de amar a nuestros hermanos.

“Es una alegría ver nuestra Catedral llena porque los Xalapeños queremos ser mejores hijos de Dios y mejores hermanos de los demás”.
“María nuestra madre nos conoce y mira, ella sabe que el tiempo de Cuaresma será un tiempo de alegría para todos nosotros”.
“María santísima es una mamá que nos dice: cuenta conmigo para que tengas una mejor relación con Jesús, una relación más profunda contigo mismo y una relación sonriente con los hermanos”.

“Todo por Jesús para María, todo a María por Jesús”.