Vuelta de tuerca
Cynthia Sánchez
Todos tenemos una palabra que usamos una y otra vez sin darnos cuenta. La escuchamos o leímos en alguna ocasión y nos gustó su significado, cómo suena o incluso la hicimos nuestra porque la decía alguien más, alguien que amamos o admiramos y decirla es como llevar un pedacito de ella.
A quienes tenemos el oficio de escribir nos pasa lo mismo. Tenemos ciertas palabras o frases que las vamos rumiando una y otra vez a lo largo de nuestra obra. Hay un hilo de pensamiento que no se pierde, que se va entretejiendo en cada cuento, poesía, novela o artículo que se escribe y es una de las características que nos hace reconocibles.
Les llamo palabras anclas, porque una vez que las colocas sabes en qué sentido irá tu discurso, y aunque tu madeja discursiva se aleje y tome mar abierto, tarde o temprano la palabra ancla te permitirá regresar al planteamiento original, redondear la idea y rematar.
Tengo varias palabras favoritas. Y si algo me gusta es elegir cuidadosamente cuál voy a usar para qué idea, para qué contexto. Una de las frases que quizá uso con cierta frecuencia es “vuelta de tuerca”.
La descubrí cuando tendría unos 16 años en la biblioteca municipal. Por aquel entonces solía refugiarme por las tardes en aquel edificio fresco de piedra blanca, allá, en Villahermosa, Tabasco. Navegaba por los estantes y pasillos ojeando portadas. Sin ninguna guía ni referencia para elegir lectura, elegía el libro –como aún lo hago ahora cuando no sé qué leer–, por el título. Aquellas palabras inscritas en la portada tienen cierto encanto, son un guiño al contenido de la obra, indescifrable y ajeno al principio, pero con un total sentido cuando se termina la última página. Así que jugaba a imaginarme de qué podría tratar la obra con solo leer el título y si me gustaba cómo sonaba, lo abría.
Una tarde tomé el libro Otra vuelta de tuerca, de Henry James. Y el título me fascinó por la fuerza y melodía de aquella frase. Recuerdo que la lectura me pareció difícil, complicada, y si bien al principio me forcé un poco por seguir en el libro, al poco tiempo con mucho pesar lo dejé en paz. Cuando era joven solía leer los libros de principio a fin obedeciendo a lo que un maestro alguna vez me dijo: todos los libros hay que terminarlos, más si no te gustan. Al avanzar encontrarás lo interesante o si no, algo habrás aprendido.
Con los años me volví mediadora de lectura y si algo desaconsejo fervientemente es leer libros que no te atrapen. Si ya le diste el beneficio de un par de capítulos y no te está gustando, no le estás entendiendo, ¡déjalo!, no hay un círculo en el infierno para los que dejan libros sin leer. El autor no se va a enterar, no eres menos lector, no pasa nada. Solo es que ese libro no es para ti.
Considero que la principal tarea de un libro es el entretenimiento. Tienes que sentir que deseas abrirlo de nuevo para seguir leyendo, tiene que dejarte pensando en él cuando estás haciendo otra cosa, tiene que hacerte reír o llorar o enojarte. Si un libro es una carga, una tarea, no es para ti, o no es el momento. Tal vez años después cuando vuelva a tus manos puedas encontrarle ese sentido que antes no te incitaba.
Y eso me pasó con aquel libro de Henry James, muchos años después volvió a mí y me pareció maravilloso; sí, la narrativa exige un poco más del lector, pero una vez que has tomado ritmo, descubres la historia enigmática, oscura y sumamente entretenida. En fin, que de allí retomé una de las frases que suelo usar en mis escritos: vuelta de tuerca. Y lo hago en un sentido totalmente lejano del libro, le doy un cariz esperanzador de que las cosas por difícil que sean, por más que la fuerza de la corriente las empuje en una dirección y se nos haga creer que no hay forma de cambiarlas, siempre será posible darle vuelta a la tuerca, que el cambio también es una opción, y que podemos dar siempre una vuelta más, un viraje más, un esfuerzo más, por difícil que parezca, para crear un mundo nuevo, equitativo y amoroso. Las vueltas de tuerca son posibles, son necesarias.
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