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TRINCHERAS DE IDEAS

El síndrome del salvador

Cynthia Sánchez

El lenguaje da forma a nuestros pensamientos, sentimientos, deseos, etcétera, y por tanto determina en gran medida cómo nos vinculamos con los otros.
Cuando nos comunicamos arrojamos un fuerte trasfondo cultural y político. Usamos un lenguaje que nos ha sido heredado, que ha enfrentado dominaciones, que ha sido cercenado, que ha sido domesticado. Y a través de los siglos y los devenires históricos lo hemos ido aprendiendo y así también asimilando inconscientemente una carga de lo que debemos ser o creemos que somos.
Un rasgo que es característico en los pueblos es que hay un lenguaje del conquistado y otro del vencido; hay todo un entramado de palabras que hacen eco de la condición de vencedor o vencido y esto repercute en la memoria, en el inconsciente colectivo.
Pero, además, este lenguaje del conquistador, del salvador, que denota superioridad, ha ido minando silenciosamente entre el pueblo y se aplica al que consideramos que está por debajo de nosotros. Nos convertimos, a través de la palabra, en pequeños conquistadores, en pequeños torturadores. Y como palabra es acción, vamos nombrando, vamos discriminando, vamos violentando.
Hay una suerte de inercia tanto en los diversos escenarios formales como en la vida cotidiana por aplicar esta especie de síndrome del conquistador, que es asumir que yo poseo una verdad cierta y entonces te la impongo a ti porque considero que al ignorarlo necesitas ser salvado.
Este síndrome del conquistador, este saberme indiscutiblemente superior a otro y entonces con la obligación y derecho de imponerle al otro mi visión del mundo, perpetua la idea de las jerarquías, de que hay alguien superior y otro inferior, de que uno debe mandar y el otro obedecer, de que algo es bueno y lo otro es malo, de que una cosa es natural y otra una aberración. Y entonces se justifica la dominación, la discriminación, la sectarización y demás…
Uno de los ejercicios más difíciles y necesarios es intentar quitarnos esa capa del conquistador, del salvador iluminado, y comenzar a pensar en que somos suma de todos. Que todos aportamos desde nuestro contexto, habilidades, saberes, condiciones, gustos, etcétera. Y que mi saber puede enriquecer al otro desde su libertad de procesarlo y adaptarlo a su propia realidad.
Debemos repensar que no se es superior a otro ser humano por tener cierto conocimiento, solo se es distinto, con otras herramientas, con otras formas de reflexionar, con otro actuar.
Y en este ejercicio el lenguaje, la forma en la que hablamos y nos referimos a los demás (y a nosotros mismos), contribuye a poder sortear esa actitud de salvador y de superioridad que aplicamos a otras personas.
Cuidar la forma en la que hablamos a los otros, referirnos a ellos con respeto, sensibilidad e incluso ternura, abona a crear relaciones más sanas, empáticas y menos violentas.
¿O usted, cómo le habla a los demás?

csanchez@diariodexalapa.com.mx