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TRINCHERAS DE IDEAS

Aquellas pequeñas cosas

Cynthia Sánchez

Reza la canción de Mercedes Sosa: “Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta; son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón”.

Cuando nos despojamos de la coraza, las duras caretas, de los enconos fingidos o verdaderos, del dolor quemante, del orgullo sangrante, y pasa el tiempo y todo va tomando un color distinto, un peso más liviano; y lastima, pero ya no tanto; y se anhela, pero ya no tanto; y se espera, pero ya no tanto, ¿qué queda en el último estante de nuestra memoria?

Al final qué somos sino hacedores de recuerdos. Al final qué es la vida sino momentos fugaces que se quedan grabados en la vieja polaroid de nuestra memoria. Al final qué termina siendo el otro sino un paréntesis en la lectura, una secuencia de cine, un golpe de sonido: como aquella vez cuando sonrió con el jazz de fondo o cuando aquella luz durazno entró por la ventana e iluminó su rostro; o aun más pequeño: la línea de su hombro, la curva de su oreja, el largo de su cicatriz… Somos aquellas pequeñas cosas que se quedan para siempre suspendidas en el tiempo inalterable de la memoria. Nos da sentido y determina incluso cómo somos en cierta circunstancia; lo llevamos acuestas aun cuando ya no sea de forma consciente. Más que lo vivido, somos lo que recordamos. La suma de instantes.

En El Museo de la Inocencia el escritor turco Orhan Pamuk nos habla acerca del amor perdido como una evocación anhelante de lo vivido. El personaje principal, Kemal, debe casarse con Sibel, una mujer hermosa que encierra todo el ideal al que una persona puede aspirar; sin embargo, se ve a escondidas con Füsun en una pequeña buhardilla. Y es de Füsun de quien comienza a guardar objetos: un pequeño arete, un recorte de periódico, un libro, una carta. Al tiempo, cuando deja a Füsun y hace su vida con Sibel, Kemal se da cuenta de que todas aquellas cosas que guardó forman una suerte de museo de una época donde fue feliz y no lo sabía. “De haberlo sabido, ¿habría podido proteger dicha felicidad? ¿Habría sucedido todo de otra manera?”, reflexiona Kemal.

Por cierto, que físicamente existe El Museo de la Inocencia, está en Estambul; fue creado por el propio escritor y en él están todos los objetos que refiere la novela.

La historia es una relatoría de pasiones y obsesiones; de dolor y arrepentimientos; de esa derrota que supone descubrir que erramos; de esa desazón profunda de saber que ahora anhelamos lo que antes rechazamos o que aquello que elegimos primero terminó siendo una quimera, un desvío del camino; y que a veces, aun cuando logramos retomar la senda, la fatalidad nos pasa factura; pero si tomamos aquellas decisiones fue porque éramos otros, era otra circunstancia.

En una vieja serie –cuyo nombre no recuerdo–, un músico sabe que va a morir y en una hoja escribe los cinco «hit» de su vida, y estos son instantes que ve claramente en su mente: cuando su padre lo enseñó a nadar, cuando una extraña le dijo que era un héroe… y ve nítida la escena en su cabeza, sin un antes ni un después.

¿Qué objetos conforman nuestro museo?, ¿al final nos reducimos a cinco puntos de una lista escrita en hoja de libreta?, ¿cuáles pondría usted? Yo tengo uno, esa vez que…

csanchez@diariodexalapa.com.mx

Tras el conejo blanco

TRINCERAS DE IDEAS

Cynthia Sánchez

¿Quién eres tú?, le increpa la oruga a Alicia mientras fuma su opio con aire de arrogancia. No sabría decirle, señor. En la mañana era una, pero ahora, soy otra, le responde Alicia azorada.

¿Quién eres?, ¿quiénes somos?, tras cuántos conejos blancos hemos corrido, en cuántos pozos sin fin hemos caído, en cuántos laberintos hemos dado vueltas una y otra vez pasando la salida sin verla.

Qué impulso nos empuja a seguir buscando afuera cómo llenar un vacío interior que no nos animamos a explorar, a ver hasta dónde llegan sus bordes, qué lo origina.

Vivimos en una sociedad del uso y desecho. Consumir es la parte nodal del sistema económico-ideológico-social que enfrentamos día a día. Pero también ese sistema trasciende y define lo emocional.

¿De dónde nos vienen las formas en que nos relacionamos con los otros y nosotros mismos?, ¿dónde, cómo aprendimos a amar?

¿Es casual que al tiempo que la modernidad es cada vez más vertiginosa y superflua, la forma en que intercambiamos amor es efímero y utilitario? Queremos más y más rápido, pero con menos exigencias. Si todo está al alcance de un clic, ¿por qué tendríamos que comprometernos con relaciones, de cualquier tipo, que exigen tiempo, escucha, empatía?

La era digital capitalista nos ha ido educando para aspirar a más, mejor y rápido. Para siempre buscar lo que está a punto de salir, anhelar lo que apenas se va a inventar para lanzarse al mercado. Y así vamos buscando también felicidad, tranquilidad, paz, amor y realización como un producto más que puede comprarse de alguna forma y que siempre habrá que cambiar, “actualizar”, arrojándonos en una continua espiral de insatisfacción, porque creemos que nunca llegaremos, que ese anhelo siempre está fuera de nuestro alcance; y tal como las cosas materiales no crean satisfacción duradera, tampoco el sentimiento hecho producto nos llena.

Acostumbrados a que todo es un fin a perseguir, una meta que cruzar, cuando al fin tenemos ese alguien, ese algo, lo desechamos porque no es la estabilidad lo que nos da lugar, sino el conflicto, el rechazo, incluso. Cuántos hay que desechan ese cariño limpio del que nos han hablado los poetas por irse tras quimeras que lastiman. ¿De verdad aspiramos al amor?, ¿a ser amados por lo que somos sin fingirnos, sin atenuarnos y amar por quienes son los otros?, o solo estamos enganchados a la carrera, a la búsqueda. Nos dopa el dolor, la insatisfacción.

Si no sabes a dónde vas, no importa el camino que tomes, le dice el gato de Cheshire a Alicia. Con que uno llegue a algún lado, responde ella. Siempre se llega a algún lado, contesta el gato.
¿Sabemos a dónde vamos?, ¿a dónde queremos llegar?, ¿somos conscientes de a dónde nos llevan nuestras decisiones?, ¿somos lo que acertamos o lo que erramos?, ¿somos lo que ganamos o lo que perdemos?, ¿somos el amor que damos o el dolor que causamos?, ¿realmente no podemos ver lo que hay delante o estamos cerrando los ojos?, ¿podemos ser más, ser menos de lo que somos?, ¿alguna vez se despierta de la pesadilla para darnos cuenta que siempre estuvimos seguros bajo la copa de un árbol?

csanchez@diariodexalapa.com.mx

Mientras no se resuelvan a hacer oración, no tienen derecho a quejarse

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Por el cariño tan grande que le tenemos a Cristo Jesús debemos ser muy leales y respetuosos de su evangelio. No basta decir que amamos al Señor y le tenemos una profunda devoción, sino que es necesario vivir su palabra. Ahí está la clave de nuestra fidelidad. Si no queremos que el amor a Jesús sea algo transitorio, que pase conforme pasa el tiempo, tenemos que aprender a respetar y acoger su palabra.

¿Cómo crecer en el amor a Jesús? No sólo porque se siente el cariño, porque se experimenta un gran sentimiento y porque en algunos momentos, tocados por la gracia, llegamos a conmovernos, sino que comprobamos que se crece en el amor a Cristo Jesús cuando aprendemos a hacer realidad lo que nos pide, cuando cumplimos su santísima voluntad. En eso encontramos un criterio auténtico para saber que estamos creciendo en el amor a Cristo Jesús.

No valdría mucho quedarse en el sentimiento si no vivimos su palabra, si no ponemos en práctica sus enseñanzas, si no tratamos de llevar su palabra hasta las últimas consecuencias de la vida, porque se trata de llegar a digerir y asimilar sus enseñanzas.
Y, así como lo hemos llegado a notar en la vida cristiana, hay palabras que son duras de digerir, que pueden ser difíciles de aceptar, que piden un gran esfuerzo para vivirlas, pero forman parte del evangelio de Jesucristo que así nos va mostrando el camino que debemos seguir.

Una persona que no solo siente el gusto por las cosas de Dios, que no solo se emociona, sino que está atenta para cumplir sus enseñanzas es alguien que se mantiene perseverante e inconmovible ante los embates de la vida, porque ha desarrollado una relación más íntima con el Señor y su palabra.

Una cosa que tenemos que aceptar es que tarde o temprano sentiremos la fuerza de los vientos. No buscamos a Jesús para evitar esas confrontaciones que muchas veces vamos teniendo en esta vida; tarde o temprano llegarán esos vientos huracanados, esas inclemencias de la vida, por lo que, si somos de Dios, si somos de Cristo, si estamos habituados a su palabra, experimentaremos su presencia que infunde paciencia y fortaleza delante de esas adversidades.

Jesús desde el principio habló de la cruz y de las pruebas que nos esperan. No buscamos al Señor, en este caso, para que no tengamos problemas, para que quedemos como encapsulados en una burbuja a fin de que nada nos llegue a afectar, sino que desde el principio del seguimiento entendemos que hace falta estar preparados para esos eventos inesperados, para enfrentar esas dificultades.

Cuando hay de por medio verdaderamente una vida de fe, cuando estamos habituados no solo a escuchar la palabra, sino a tratar de vivirla entonces tendremos la fortaleza para enfrentar las dificultades y para que no haya nada que llegue a afectar el amor que sentimos por Dios.

Si no somos conscientes de esta realidad, se puede uno sentir en algunos momentos decepcionado de Dios, escandalizado por el tipo de pruebas que enfrentamos, por las situaciones inesperadas que cambian el rumbo de la vida.

¿Qué es lo que puede pasar en un momento inesperado como éste, especialmente cuando no tenemos arraigada una fe, una relación profunda con el Señor? Puede suceder que uno se sienta decepcionado, que le reclame uno a Dios: por qué tenemos que pasar estas situaciones, por qué tenemos que enfrentar estas cosas, por qué tenemos que sufrir estas adversidades; y todo porque no tenemos presentes las cosas que el Señor nos ha dicho desde el inicio del seguimiento.

Hay que conservar la fe y cuidarla porque ha llegado como un don a nuestra vida. Procuremos cimentar la fe en la relación con Cristo Jesús porque llegarán esos momentos difíciles y adversidades, pero si tenemos fe nada va afectar nuestra relación con Dios, pues estaremos fortalecidos mientras pasan las adversidades en la vida.

Tengo presente la exhortación que hacía el Santo Cura de Ars a un sacerdote que se quejaba de la frialdad de sus feligreses. Le decía: «¿Ha predicado usted? ¿Ha orado? ¿Ha ayunado? ¿Ha tomado disciplinas? ¿Ha dormido sobre duro? Mientras no se resuelva a esto no tiene derecho a quejarse.

Señala el Santo Cura de Ars algo que es propio de los cristianos: cuando lleguen los problemas, más que quejarse hay que hacer oración, hay que hacer penitencia, hay que practicar las privaciones, hay que ir con Jesús al sagrario, hay que multiplicar los esfuerzos para comunicarnos más con Dios, porque en esos momentos corremos el riesgo de dejar de sentir a Dios y desconfiar de Él.

La oración y la penitencia nos darán fortaleza y esperanza para que ante esa adversidad no nos apartemos de la única fuente que nos ayudará a salir adelante. Es un contrasentido que cuando hay una dificultad a veces, por capricho, uno se aparta de la única fuente que nos puede sacar adelante en esos momentos críticos, que es precisamente la presencia de Dios.

Entre los cristianos esta es la espiritualidad que tenemos que practicar: cuando haya situaciones difíciles que rebasan nuestra capacidad de respuesta, recordar el poder de la fe y alimentarnos de la palabra, de esa palabra que hay que vivir y digerir, pues no basta decir: ‘Señor, Señor’.

No dejen de considerar el consejo del Santo Cura de Ars cuando lleguen las dificultades: no tienen derecho a quejarse si no han actuado como cristianos, si no han probado el poder de la oración, de la penitencia, de la presencia de Jesús en el sagrario. No tienen derecho a quejarse si no se han apegado al potencial de la espiritualidad cristiana.

Al dar gracias por la beatificación del papa de la sonrisa, Juan Pablo I (Albino Luciani), no quiero dejar de compartir una de sus enseñanzas que reafirma la tarea que tenemos que cumplir los pastores en la Iglesia a la hora de formar y acompañar el caminar espiritual del pueblo de Dios:

“Nuestro primer deber es enseñar a la gente a rezar, porque cuando les damos este medio poderoso, se las arreglan ellos para obtener las gracias del Señor”.

Hay cristianos que aman la cruz de Cristo, pero odian su propia cruz

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Cómo quisiéramos que al primer acercamiento con Jesús recibiéramos la luz y obtuviéramos todas las respuestas a las preguntas de la vida. Cómo quisiéramos que en la vida espiritual hubiera ese tipo de resultados automáticos que hay en la vida moderna. A veces nuestro espíritu se precipita y quiere obtener respuestas inmediatas a cosas que nos pasan, que nos pesan, que nos duelen y que causan tanta inquietud.

Sin embargo, debemos aprender a llevar un proceso en las cosas de la fe, aceptando que no se entiende de manera inmediata el misterio de Dios, sino en la medida que uno camina con Él, en la medida que somos incondicionales en el seguimiento.

Si los apóstoles son para nosotros un paradigma es porque al final llegaron a ser incondicionales en el seguimiento de Jesús, pero también son un referente para nosotros porque antes de esa entrega cometieron errores y se dieron cuenta que, aunque estaban cerca de Jesús, tenían que seguir caminando con Él para que poco a poco se desvelara todo el misterio de su persona ante sus ojos.

Por lo tanto, hay que fijarse en los apóstoles no solo por la estatura espiritual que alcanzaron, sino también por esta realidad de errores y caídas que los evangelios no ocultan. Incluso cuando Pedro responde que Jesús es el Mesías, inmediatamente después fue sacudido con palabras durísimas de parte del Señor, al no aceptar el mesianismo, la cruz y el camino de Jesús.

Al principio los apóstoles se quedaron con la parte bonita, amable y fascinante de Jesús. Lo habían visto, hasta ese momento, como un hombre sensacional, que impactaba la vida de los demás; como una persona sumamente bondadosa y caritativa a quien le dolía tanto la pobreza de las personas, que no se quedaba indiferente ante el sufrimiento de los demás. Lo habían visto como una persona exquisitamente humana, preocupada de las llagas e injusticias que provocaban tanto dolor en la vida de las personas.
Así lo habían visto y por eso les impactaba que ese Jesús tuviera la capacidad de hacer milagros, de enjugar las lágrimas de los demás, de consolar a tanta gente que sufría por las injusticias. Se quedaron con esa imagen de Jesús, pero todavía no habían visto todo.

La respuesta de Pedro le permite al Señor hablar de una parte que no habían visto de su persona y que es fundamental para que estemos en condiciones de seguirlo, aunque nos toque ver una parte que cuesta trabajo aceptar. Es fácil seguir a un Cristo alegre, que hace milagros, que resuelve la vida, que transmite el encanto de vivir. Eso está al alcance de todos. Pero seguir a un Cristo sufriente, injuriado, atacado, perseguido y que acepta la muerte como una forma de rescatarnos del poder del pecado, eso ya no es tan fácil.

Por eso, muchos se echaron para atrás cuando Cristo les dijo que ahora el camino consistía en recorrer esas experiencias dolorosas y difíciles, pero necesarias para llevar a cabo la obra de Dios. Algunos se echaron para atrás y ya no lo seguían tan convencidos y contentos; no les gustaba ese otro Cristo que daba a conocer con sus palabras.

Después de la respuesta de Pedro comienza Jesús hablar del sufrimiento, de la cruz, de renegar de uno mismo, de perseverar y permanecer firmes a pesar de las adversidades. Reconocerlo como Mesías, como nuestro Salvador, no significa adorarlo únicamente porque nos dio la salud y la capacidad de perdonar, sino aceptar este camino de sufrimiento, aceptar la cruz de cada día, esa cruz que antes que llegue a nuestra vida Jesús ya la cargó por cada uno de nosotros.

Cuando aceptamos a este Cristo alegre y sufriente, cuando seguimos a este Cristo que bendice y que nos va preparando para que se ensanche nuestro corazón a la hora de la respuesta, entonces estaremos en condiciones de comprender lo que significa que Cristo sea para nosotros el Mesías, nuestro Salvador, siempre sobre la base de este proceso que tenemos que seguir.

Si algún día en el seguimiento de Cristo van ustedes entrando en esta parte difícil, no se echen para atrás; si algún día en el seguimiento de Cristo, por ser fieles y por vivir los valores del evangelio, comienzan a tener dificultades y persecuciones confíen en la presencia de Jesús que irá mostrando poco a poco su rostro. Hay que tener paciencia, estamos en un proceso, la imagen de Jesús se irá desvelando poco a poco.

Nos toca perseverar, no claudicar, aunque haya dificultades, incomprensiones, afrentas y persecuciones, porque Jesús adelantó esas cosas, nos habló de esto, y Él señaló, por lo tanto, el camino para llegar a seguir sus pasos.

En el seguimiento de Jesucristo no solo den gracias por los milagros que les haya hecho o por las bendiciones que ha derramado en sus vidas. Hay que seguirlo de manera incondicional, sobre todo cuando nos toque cargar la cruz de cada día.

Si reconocemos, adoramos y glorificamos la cruz de Cristo, debemos, por lo tanto, reconocer, aceptar y cargar nuestra propia cruz con la que nos identificamos a Jesús. Si adoramos la cruz de Cristo, no podemos despreciar y tirar nuestra propia cruz. Como dice Dietrich Bonhoeffer.

“Hay muchos cristianos que piensan que aman la cruz de Cristo, pero que odian la cruz de su propia vida. Por lo tanto, también odian la de Cristo”.