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TRINCHERAS DE IDEAS

¿Todo está bien?

CYNTHIA SÁNCHEZ

Hace un par de días, por la noche, me escribió una amiga que hacía mucho tiempo no sabía nada de ella. Requería escucha y acompañamiento. Nos videollamamos. En una parte de su diálogo dijo que le hacen sentir que todo está bien, que es ella la que no puede.

La charla se prolongó, pero al final, ella dijo que solía sentirse sola, sin empatía, sin nadie que en realidad simplemente la escuchara sin juicios ni consejos “bienintencionados”. Y reflexiono ahora qué solos e insuficientes nos hace sentir el sistema en el que vivimos. Un sistema donde la premisa es ser superproductivos, felices, con un propósito; nos esclavizan con esta idea de que todo es posible y solo falta esforzarse, y si no lo logramos es porque hay algo mal con nosotros. Para el sistema económico y social en el que vivimos los defectuosos somos nosotros.

Sin embargo, esta superestructura que nos rige está llena de contradicciones que se acentúan a medida que las condiciones económicas se vuelven cada vez más complejas, acrecentando la miseria, la desigualdad y la extinción de los recursos naturales.

La ideología dominante nos dice que debemos ser libres, pero para elegir entre un canal y otro de televisión, entre una marca u otra de producto, entre ser explotado por una empresa o por nosotros mismos en la quimera de ser “emprendedor”. Nos dicen que nos quieren felices, pero no desarrollando y aceptando nuestras capacidades y habilidades innatas, no buscando el esparcimiento, la distracción y el ocio, sino en la búsqueda implacable por llenar una de las etiquetas sociales que cuelgan de los aparadores o en las diversas pantallas de “socialización”. Es decir, podemos ser felices a condición de ser otro. Otro que consuma, perpetúe roles y no cuestione por qué al final del día, aunque lo intentemos con todas nuestras fuerzas, no logramos llegar a la meta.

En la película Aftersun (Charlotte Wells. 2022), uno de los personajes principales, Sophie, una niña de 11 años, le dice a su padre: “¿Nunca te sientes como si acabaras de hacer un día increíble y luego llegas a casa y te sientes cansado y deprimido y sientes que tus huesos no funcionan? Simplemente están cansados y todo está cansado. Como si te estuvieras hundiendo”.

Cuántos de nosotros vivimos con los huesos cansados, cansados de todos los días levantarse y luchar por un salario que no nos alcanza para llegar a fin de quincena; cansados de sentir que es uno el que no alcanza, el que no llega; cansados de buscar comprensión y compañía para de verdad, en lo profundo, decir cómo nos sentimos y sentir que no estamos solos, que no somos los únicos; cuántos seguimos sonriendo porque es más fácil que en realidad aceptar que no sabemos qué estamos haciendo, a dónde se supone que nos lleva esta corriente.

La sociedad nos dice que todo está bien, que las cosas son así, que hay que esforzarse más, siempre más, y nos pone las excepciones a la regla como un señuelo aspiracional. No es casual que se explote y difunda hasta la saciedad la historia de éxito de aquél que sí pudo romper el cerco de su condición social limitante, que literalmente es una historia entre la de millones. ¿De verdad los demás no desean tener mejores condiciones?, ¿de verdad no lo manifiestan lo suficiente? Nos obligan a creer que somos la piedrita en el cuenco de arroz.

Pero, ¿y si las cosas pudieran ser de otra forma?, ¿y si hay otra manera de organizarnos para generar lo que requerimos para vivir?, ¿y si hay otras formas de relacionarnos para acompañarnos y apoyarnos?, ¿y si es mentira que todo está bien?, ¿y si en realidad todo está mal y sí podemos, pero con otro paso, con otra intención, hacia otro camino?

csanchez@diariodexalapa.com.mx

Trinchera de Ideas

Está bien no estar bien
Cynthia Sánchez

¿Cuánto de nuestras decisiones son el eco de lo que otros decidieron?, ¿es posible quitarnos las corazas q llevamos años puliendo y ser libres?, ¿podemos quitarnos las botas de plomo y amar y dejarnos amar?, ¿cuándo aprendimos a fingirnos, a atenuarnos, a difuminarnos, a renegar de nuestra diferencia para no ser señalados, para sobrevivir?
La sociedad usa la bandera del deseo y la realización para impulsar la pastosa estandarización, tanto de lo popular como de lo extravagante, tanto de lo aceptado como de lo contestatario. El objetivo es simple: encajar. A medida que las personas podamos colgarnos una etiqueta, pertenecer a un sector, mejor será la forma en la que desempeñemos nuestro papel dentro del sistema capitalista.
Así que la premisa en la cual nos movemos es que todos debemos encajar, y una buena parte de nuestra realización, de nuestra plenitud está en ello. Dado que somos seres sociales por naturaleza y agruparnos es lo que nos ha permitido evolucionar y permanecer como especie, la consigna es lógica. Sin embargo, habría que preguntarse, ¿hacia dónde encajar?, ¿con quién?, ¿para qué?
Como en un menú de restaurante de comida rápida, hay ya paquetes preestablecidos de quiénes ser, qué desear, cómo actuar; nuestro menú está determinado por el nivel socioeconómico en el que nacemos, la ciudad, el país; y aunque vemos qué es lo que el mesero le lleva a la mesa de junto o al área exclusiva de este club sectario llamado vida, muy difícilmente podremos pedir algo que no está a nuestro alcance, ya sea económica o aspiracionalmente.
Aunado a ello, también determina nuestras decisiones cómo se ha ido conformando nuestra manera de sentir y de procesar nuestras emociones. La persona que todos los días se levanta y se alista para enfrentar al mundo es la suma de una construcción personal diaria que ya viene precargada con lo que nuestra familia y entorno nos enseñaron. Somos también lo que nos dañaron, la forma en que nos amaron, las carencias afectivas que tuvimos; e incluso cómo dañaron, amaron y de lo que carecieron esos otros que han tocado nuestra vida.
Ante ello, en dónde encajan “los rotos”, los “distintos”; ¿cómo está conformado su menú?, ¿a qué tienen “derecho” a ser, a aspirar? Y quienes además vivimos con TDAH, Autismo, Desorden de la personalidad, etcétera., ¿en qué parte del restaurante colocaron nuestra mesa?, ¿quién lo decidió?
Nos ha venido haciendo falta compresión del otro. De otras realidades, de otra forma de ver y sentir el mundo. Nos ha venido faltando escucha, ternura y rebeldía, mucha rebeldía para aceptar nuestras diferencias y juntarlas para hacer un mundo donde quepan muchos mundos. Y la única forma de empezar es con nosotros mismos, con quien tenemos a lado.
Y a propósito de la importancia de ver al otro, conocerlo, respetarlo y tratarlo con harta ternura, esa que nunca recibimos nosotros, les recomiendo “Está bien no estar bien” (2020. Cho Yong). Con todas las características propias de los K-drama, esta serie de 16 capítulos nos insta con ternura, a través de sus personajes con trastornos y traumas, a explorar el autodescubrimiento y la sanación. Como corolario la serie tiene una fotografía y animación muy hermosas, además de historias que poseen pequeños mensajes para reflexionar sobre por qué somos como somos.

csanchez@diariodexalapa.com.mx

TRINCHERAS DE IDEAS


Vuelta de tuerca


Cynthia Sánchez

Todos tenemos una palabra que usamos una y otra vez sin darnos cuenta. La escuchamos o leímos en alguna ocasión y nos gustó su significado, cómo suena o incluso la hicimos nuestra porque la decía alguien más, alguien que amamos o admiramos y decirla es como llevar un pedacito de ella.
A quienes tenemos el oficio de escribir nos pasa lo mismo. Tenemos ciertas palabras o frases que las vamos rumiando una y otra vez a lo largo de nuestra obra. Hay un hilo de pensamiento que no se pierde, que se va entretejiendo en cada cuento, poesía, novela o artículo que se escribe y es una de las características que nos hace reconocibles.
Les llamo palabras anclas, porque una vez que las colocas sabes en qué sentido irá tu discurso, y aunque tu madeja discursiva se aleje y tome mar abierto, tarde o temprano la palabra ancla te permitirá regresar al planteamiento original, redondear la idea y rematar.
Tengo varias palabras favoritas. Y si algo me gusta es elegir cuidadosamente cuál voy a usar para qué idea, para qué contexto. Una de las frases que quizá uso con cierta frecuencia es “vuelta de tuerca”.
La descubrí cuando tendría unos 16 años en la biblioteca municipal. Por aquel entonces solía refugiarme por las tardes en aquel edificio fresco de piedra blanca, allá, en Villahermosa, Tabasco. Navegaba por los estantes y pasillos ojeando portadas. Sin ninguna guía ni referencia para elegir lectura, elegía el libro –como aún lo hago ahora cuando no sé qué leer–, por el título. Aquellas palabras inscritas en la portada tienen cierto encanto, son un guiño al contenido de la obra, indescifrable y ajeno al principio, pero con un total sentido cuando se termina la última página. Así que jugaba a imaginarme de qué podría tratar la obra con solo leer el título y si me gustaba cómo sonaba, lo abría.
Una tarde tomé el libro Otra vuelta de tuerca, de Henry James. Y el título me fascinó por la fuerza y melodía de aquella frase. Recuerdo que la lectura me pareció difícil, complicada, y si bien al principio me forcé un poco por seguir en el libro, al poco tiempo con mucho pesar lo dejé en paz. Cuando era joven solía leer los libros de principio a fin obedeciendo a lo que un maestro alguna vez me dijo: todos los libros hay que terminarlos, más si no te gustan. Al avanzar encontrarás lo interesante o si no, algo habrás aprendido.
Con los años me volví mediadora de lectura y si algo desaconsejo fervientemente es leer libros que no te atrapen. Si ya le diste el beneficio de un par de capítulos y no te está gustando, no le estás entendiendo, ¡déjalo!, no hay un círculo en el infierno para los que dejan libros sin leer. El autor no se va a enterar, no eres menos lector, no pasa nada. Solo es que ese libro no es para ti.
Considero que la principal tarea de un libro es el entretenimiento. Tienes que sentir que deseas abrirlo de nuevo para seguir leyendo, tiene que dejarte pensando en él cuando estás haciendo otra cosa, tiene que hacerte reír o llorar o enojarte. Si un libro es una carga, una tarea, no es para ti, o no es el momento. Tal vez años después cuando vuelva a tus manos puedas encontrarle ese sentido que antes no te incitaba.
Y eso me pasó con aquel libro de Henry James, muchos años después volvió a mí y me pareció maravilloso; sí, la narrativa exige un poco más del lector, pero una vez que has tomado ritmo, descubres la historia enigmática, oscura y sumamente entretenida. En fin, que de allí retomé una de las frases que suelo usar en mis escritos: vuelta de tuerca. Y lo hago en un sentido totalmente lejano del libro, le doy un cariz esperanzador de que las cosas por difícil que sean, por más que la fuerza de la corriente las empuje en una dirección y se nos haga creer que no hay forma de cambiarlas, siempre será posible darle vuelta a la tuerca, que el cambio también es una opción, y que podemos dar siempre una vuelta más, un viraje más, un esfuerzo más, por difícil que parezca, para crear un mundo nuevo, equitativo y amoroso. Las vueltas de tuerca son posibles, son necesarias.

csanchez@diariodexalapa.com.mx

TRINCHERAS DE IDEAS

El síndrome del salvador

Cynthia Sánchez

El lenguaje da forma a nuestros pensamientos, sentimientos, deseos, etcétera, y por tanto determina en gran medida cómo nos vinculamos con los otros.
Cuando nos comunicamos arrojamos un fuerte trasfondo cultural y político. Usamos un lenguaje que nos ha sido heredado, que ha enfrentado dominaciones, que ha sido cercenado, que ha sido domesticado. Y a través de los siglos y los devenires históricos lo hemos ido aprendiendo y así también asimilando inconscientemente una carga de lo que debemos ser o creemos que somos.
Un rasgo que es característico en los pueblos es que hay un lenguaje del conquistado y otro del vencido; hay todo un entramado de palabras que hacen eco de la condición de vencedor o vencido y esto repercute en la memoria, en el inconsciente colectivo.
Pero, además, este lenguaje del conquistador, del salvador, que denota superioridad, ha ido minando silenciosamente entre el pueblo y se aplica al que consideramos que está por debajo de nosotros. Nos convertimos, a través de la palabra, en pequeños conquistadores, en pequeños torturadores. Y como palabra es acción, vamos nombrando, vamos discriminando, vamos violentando.
Hay una suerte de inercia tanto en los diversos escenarios formales como en la vida cotidiana por aplicar esta especie de síndrome del conquistador, que es asumir que yo poseo una verdad cierta y entonces te la impongo a ti porque considero que al ignorarlo necesitas ser salvado.
Este síndrome del conquistador, este saberme indiscutiblemente superior a otro y entonces con la obligación y derecho de imponerle al otro mi visión del mundo, perpetua la idea de las jerarquías, de que hay alguien superior y otro inferior, de que uno debe mandar y el otro obedecer, de que algo es bueno y lo otro es malo, de que una cosa es natural y otra una aberración. Y entonces se justifica la dominación, la discriminación, la sectarización y demás…
Uno de los ejercicios más difíciles y necesarios es intentar quitarnos esa capa del conquistador, del salvador iluminado, y comenzar a pensar en que somos suma de todos. Que todos aportamos desde nuestro contexto, habilidades, saberes, condiciones, gustos, etcétera. Y que mi saber puede enriquecer al otro desde su libertad de procesarlo y adaptarlo a su propia realidad.
Debemos repensar que no se es superior a otro ser humano por tener cierto conocimiento, solo se es distinto, con otras herramientas, con otras formas de reflexionar, con otro actuar.
Y en este ejercicio el lenguaje, la forma en la que hablamos y nos referimos a los demás (y a nosotros mismos), contribuye a poder sortear esa actitud de salvador y de superioridad que aplicamos a otras personas.
Cuidar la forma en la que hablamos a los otros, referirnos a ellos con respeto, sensibilidad e incluso ternura, abona a crear relaciones más sanas, empáticas y menos violentas.
¿O usted, cómo le habla a los demás?

csanchez@diariodexalapa.com.mx

TRINCHERAS DE IDEAS

Ve a terapia, el nuevo
mantra de exclusión

Cynthia Sánchez

Una característica del sistema capitalista es que todo lo convierte en mercancía: se apropia de ideas, movimientos sociales, formas de protesta, necesidades, anhelos, sueños, sentimientos y los adereza con su apetitosa visión de éxito.
Desde los Levis con estampado del Che Guevara hasta las blusas de marcas prestigiosas con consignas feministas, todo es posible convertirlo en una pieza en un estante luminoso del centro comercial. Lo que nace como forma de rebeldía o desde los vecindarios o barrios bravos, es retomado por el sistema dominante y al quitarle su esencia lo deslava. Todo es moda. Todo es superfluo. Todo pierde sentido.
Así también lo que ocurre en nuestro interior, en nuestra psique, busca ser capitalizado. Prolifera como una necesidad apremiante identificarse dentro de algún trastorno psicológico; abundan tanto en las plataformas digitales como en la televisión, revistas, etcétera, un sinfín de información que nos “ayudan” a identificar nuestra ansiedad, depresión, trastorno compulsivo, de alimentación, bipolar, de atención, la lista es larga y hay para todas las personalidades y necesidades afectivas.
Pero recodemos: el capitalismo usa una necesidad existente, la analiza y va a la raíz para poderla aprovechar y, sobre todo, poderla despojar de eso lo que le da sustento, lo que es real. Así, el aumento de padecimientos emocionales tiene una raíz verdadera.
Ante esa verdad innegable se ha convertido casi en un mantra el “ve a terapia” y no se hacen esperar los blogs, reels, post de profesionales de la salud mental de diversas corrientes. El objetivo principal es expiar eso que no te deja ser feliz y pleno; darte cuenta de lo maravillosa que es la vida en realidad; superar dolor, la violencia; hacerte resiliente, soltar, fluir… incluso hay profesionales que te dan un papel al final que dice que estás curado. ¡Albricias, estoy cuerdo!
“Ve a terapia” es el nuevo mandato, la nueva forma de exclusión y una más de las válvulas de escape del sistema. Y esto es así, porque, en principio, cumplir con ese “ir a terapia” requiere poder adquisitivo. Si eres derechohabiente obtener una cita con el área psicológica puede tardar al menos tres meses; sí, hay otras instancias que dan ese servicio gratuito, pero ante la saturación de demandantes puedes lograr ser una hora al mes en la apretada agenda de un profesional saturado.
Si optas por la vía privada las consultas rondan los 500 a 700 pesos. ¿A cuánto equivale eso de tu paga de asalariado promedio?, ¿si eso debes invertir, cuántas veces al mes te lo puedes permitir?, ¿quiénes realmente pueden pagar ese ir a terapia?, ¿si no puedes pagarla, no la necesitas?, ¿mi malestar emocional puede esperar a que me otorguen un lugar en los servicios gratuitos?, ¿qué hago por mientras?: ¿tomo, fumo, me drogo, me evado viendo Netflix, soy irascible, violento, hiero a otros, me lastimo a mí mismo?
En mi caso mi peregrinar fue intentar usar mi derecho en el IMSS, usé los servicios gratuitos del Instituto Municipal de la Mujer, y finalmente terminé con un psicoanalista privado. Durante dos años hice terapia cognitivo-conductual y llevo poco más de un año en psicoanálisis. Tomo consulta una vez a la quincena y para ello debí ajustar mis gastos, es decir, privarme de ciertos ¿lujos?, como cambiar a un café más barato, dejar de consumir ciertos productos, dejar de comer fuera de casa, olvidarme por un tiempo de la librería; mi privilegio, que lo es, no da para más.
Una característica del espacio terapéutico es que ahí puedes decir aquello que socialmente no podrías pronunciar en voz alta. Hay ciertas cosas que son censurables de pensar, mucho más de decir. Esa preciosa hora con tu analista es, pues, tu lugar seguro, donde destapas la coladera de tu inconsciente.
A la par de estudiar esa suerte de mala hierba que ha venido creciendo en nuestro interior puedes ir poco a poco delineando quién eres y dónde estás parado. Es decir, ir terapia tiene mucho de hacer filosofía.
Pero tener ese espacio para reflexionar, ese lugar para hacerte y deshacerte, es un privilegio. No todos pueden acceder a él. Un trabajador promedio deberá debatirse (¿realmente hay lugar para dudar?) entre pagar la terapia o comprar, medianamente, la comida de la semana. Relegará su malestar emocional al “después veo”, como hace con todos aquellos achaques que van mermando silenciosamente su salud física, porque o se sobrevive o se está bien, no alcanza para las dos cosas. Si la persona tiene familia bajo su cargo o su empleo no supera el salario mínimo, eso de ir a terapia ni siquiera entra en sus preocupaciones diarias y con razón.
La trampa del capitalismo es hacernos creer que realmente encargarse de la salud es algo asequible, más aún, es una responsabilidad que debe tomarse con seriedad para poder ser plenos, felices y ¿productivos?
Encerrarnos en la idea de buscar cómo estar bien sirve, pues, como una válvula de escape: esperamos nuestro turno en el IMSS, nos autodiagnosticamos con un video de Tiktok, nos ponemos escuchar aquel programa que nos da “las 10 cosas que debemos hacer para liberarnos del pasado”, agradecemos todos los días por un día más, sonreímos al nuevo sol y confiamos, porque al final solo nos queda confiar.
Aceptamos que es cierto lo que nos dicen: depende de nosotros estar bien, así, a secas. Y así el sistema se lava las manos al transferirnos la carga de nuestro bienestar.
Pero, ¿y qué hay de las condiciones económicas y sociales que están a nuestro alrededor?, ¿acaso no influye un ambiente de violencia e inseguridad constante en que se tengan pocas ganas de levantarse al día siguiente?, ¿no determina nuestra percepción de cómo somos el bombardeo incesante de etiquetas y prototipos de belleza y aspiraciones?, ¿realmente es posible analizarse y reconstruirse sin tocar, criticar ni modificar la forma en que el mundo funciona?
“Ve a terapia”, nos dicen, y es la nueva forma de exclusión social, de sectorizar, de discriminar. El ejercicio terapéutico, ese filosofar sobre quiénes somos y por qué somos de cierta manera, no puede substraerse de la realidad del individuo, tanto familiar como social.
Sí, hay que hacer terapia, pero también llevar a terapia nuestras normas sociales, nuestra forma de relacionarnos en nuestro núcleo de interacción diaria; analizar y escudriñar al sistema decadente que depreda y despersonifica, que nos hace mercancía y consumidores insaciables.
Sí, hay que hacer terapia, pero también exigir atención gratuita, accesible, de calidad para todos; repensar la educación para, más que aprender a ser resilientes, aprender a transformarnos, a socializar lo que sentimos con miras a tejer redes de apoyo, sostenernos y cobijarnos.
Sí, hay que hacer terapia individual, pero también colectiva, comunitaria, para desentrañar las verdaderas causas del malestar que diariamente tratamos de sobrellevar. Sin acción social, la terapia es para el grueso de la población que se debate entre comer y subsistir, un elemento más de control e insatisfacción. ¿O qué opina usted?

csanchez@diariodexalapa.com.mx

TRINCHERAS DE IDEAS

La tiranía de la felicidad

CYNTHIA SÁNCHEZ

Nos han enseñado que debemos estar bien, a sobreponernos de los infortunios –chiquitos o grandotes –, a la brevedad posible, porque podemos, ¡claro que podemos! Vivimos en una cultura del “echaleganismo”, del “vibra alto”, del “manifiesta”, del “Dios mediante”.

Nos han venido dando el discurso de que todos pasamos por desventuras y que éstas son una oportunidad –algunos incluso dicen que es “maravillosa” – de probarnos, de luchar, de salir vencedores, de saber de qué estamos hechos. En fin, que hay que agradecer el golpe que nos hizo más fuertes.

Hay una marcada premura en el mundo contemporáneo por superar las crisis, aquello que nos hace sentir tristes, desesperados o sin rumbo. Y hay todo un lucrativo mercado de la autoayuda y el coaching que está presto para ayudarnos a saber “resistir” a ser “resilientes”, a aceptar que lo normal es que el mundo sea hostil y que hay que, simplemente, “adaptarnos”, “soltar” y “fluir” sin mirar atrás; pero, si ponemos atención, no nos animan a pensar en transformar, se trata de aceptar y adaptarse a lo que es.

El discurso es aceptar en donde estamos parados ahora, después de aquello que se hizo tormenta, y ver nuestra capacidad para seguir adelante, superar ese duelo que, nos dicen, en realidad no somos nosotros, sino un sentimiento que debe ser pasajero para dar lugar a quienes sí somos, es decir, plenos y luminosos.

Se nos impone la tiranía de ser felices a toda costa, en todo momento, de que ese sea nuestro fin último y de facto sentirnos avergonzados por esa parte de nosotros que se permitió sufrir, que se permitió ser frágil. La fragilidad humana se convierte entonces en un inconveniente a combatir. ¿Y si es mi fragilidad lo que me da sentido?

Obviando que esta columna no se trata de una apología al “voy a sentirme miserable” (aunque valdría la pena preguntarse: ¿y qué si lo mío es la oscuridad y no la luz?), habría que cuestionarse qué hay detrás de ese ser “resilientes” a rajatabla, de ese resistir y aprender a decir con alegría, “pues ya, esta es mi vida”.

¿Por qué nos instan a ver que la falta dinero para comprar la comida de la semana o pagar el recibo vencido del agua es una señal de que hay que movernos, trabajar más, buscar un turno extra, ser “emprendedor”?

Por qué nos dicen que no nos sentimos vacíos ni sin sentido, es solo que no nos permitimos ver la maravilla de estar vivos; que solo hace falta enfocarse en algo: trabajar sin parar, ir al gym 24/7, sumergirse en una causa; o irse al exceso: fiesta, comida, alcohol, sexo… ¿todavía nada?, ¿qué tal fluoxetina?

Y si en lugar de adaptarme cuestiono por qué pese a trabajar de 8 a 12 horas diarias seis veces a la semana el salario me alcanza para cubrir no más de una semana de comida, ¿quién permite que los precios de la canasta básica se disparen?, ¿por qué los servicios públicos son de mala calidad y caros?, ¿por qué somos millones en esta situación?

¿Y si mi vacío existencial es porque me niego a aceptar que debo encajar en patrones establecidos por un sistema que funciona por la sobreexplotación y devastación y lo que me ofrece es también ser un producto de consumo desechable?, ¿quién nos enseña que debemos ser alguien, hacer algo, que hay un motivo?

¿Qué fin perverso persigue en realidad la industria de la autoayuda?, ¿a quién pertenece?, ¿a qué intereses sirve?, ¿quién gana si me adapto, si resisto?, ¿quién se beneficia si la incertidumbre y la desesperación por una realidad social y económica convulsa la vuelvo mi responsabilidad?

csanchez@diariodexalapa.com.mx

TRINCHERAS DE IDEAS

Aquellas pequeñas cosas

Cynthia Sánchez

Reza la canción de Mercedes Sosa: “Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta; son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón”.

Cuando nos despojamos de la coraza, las duras caretas, de los enconos fingidos o verdaderos, del dolor quemante, del orgullo sangrante, y pasa el tiempo y todo va tomando un color distinto, un peso más liviano; y lastima, pero ya no tanto; y se anhela, pero ya no tanto; y se espera, pero ya no tanto, ¿qué queda en el último estante de nuestra memoria?

Al final qué somos sino hacedores de recuerdos. Al final qué es la vida sino momentos fugaces que se quedan grabados en la vieja polaroid de nuestra memoria. Al final qué termina siendo el otro sino un paréntesis en la lectura, una secuencia de cine, un golpe de sonido: como aquella vez cuando sonrió con el jazz de fondo o cuando aquella luz durazno entró por la ventana e iluminó su rostro; o aun más pequeño: la línea de su hombro, la curva de su oreja, el largo de su cicatriz… Somos aquellas pequeñas cosas que se quedan para siempre suspendidas en el tiempo inalterable de la memoria. Nos da sentido y determina incluso cómo somos en cierta circunstancia; lo llevamos acuestas aun cuando ya no sea de forma consciente. Más que lo vivido, somos lo que recordamos. La suma de instantes.

En El Museo de la Inocencia el escritor turco Orhan Pamuk nos habla acerca del amor perdido como una evocación anhelante de lo vivido. El personaje principal, Kemal, debe casarse con Sibel, una mujer hermosa que encierra todo el ideal al que una persona puede aspirar; sin embargo, se ve a escondidas con Füsun en una pequeña buhardilla. Y es de Füsun de quien comienza a guardar objetos: un pequeño arete, un recorte de periódico, un libro, una carta. Al tiempo, cuando deja a Füsun y hace su vida con Sibel, Kemal se da cuenta de que todas aquellas cosas que guardó forman una suerte de museo de una época donde fue feliz y no lo sabía. “De haberlo sabido, ¿habría podido proteger dicha felicidad? ¿Habría sucedido todo de otra manera?”, reflexiona Kemal.

Por cierto, que físicamente existe El Museo de la Inocencia, está en Estambul; fue creado por el propio escritor y en él están todos los objetos que refiere la novela.

La historia es una relatoría de pasiones y obsesiones; de dolor y arrepentimientos; de esa derrota que supone descubrir que erramos; de esa desazón profunda de saber que ahora anhelamos lo que antes rechazamos o que aquello que elegimos primero terminó siendo una quimera, un desvío del camino; y que a veces, aun cuando logramos retomar la senda, la fatalidad nos pasa factura; pero si tomamos aquellas decisiones fue porque éramos otros, era otra circunstancia.

En una vieja serie –cuyo nombre no recuerdo–, un músico sabe que va a morir y en una hoja escribe los cinco «hit» de su vida, y estos son instantes que ve claramente en su mente: cuando su padre lo enseñó a nadar, cuando una extraña le dijo que era un héroe… y ve nítida la escena en su cabeza, sin un antes ni un después.

¿Qué objetos conforman nuestro museo?, ¿al final nos reducimos a cinco puntos de una lista escrita en hoja de libreta?, ¿cuáles pondría usted? Yo tengo uno, esa vez que…

csanchez@diariodexalapa.com.mx

El voto no se toca.

Parlamento Veracruz.
Juan Javier Gómez Cazarín.

Lo que sea de cada quien, en algo tienen razón los que marcharon ayer domingo: el voto no se toca.

Bueno, al menos no se debería tocar. Pero, seamos sinceros: ¿quién en México le mete la mano a los votos? ¿Quién hace y deshace reglas absurdas que limitan los Derechos de las personas sin tener facultades para ello? ¿Quién se toma atribuciones y emite decisiones inatacables que en más de una ocasión han cometido injusticias en contra de la voluntad ciudadana? ¿Quién limita la libertad de expresión que debería ser la piedra fundamental de las campañas políticas?

Siempre lo he dicho: al régimen del PRIAN lo podemos acusar de corrupto, pero no de tonto.

Décadas de poner en práctica el robo electoral les han permitido perfeccionarlo hasta hacerlo de cuello blanco. Parece que los porros que robaban urnas en la jornada electoral son cosa del pasado –aunque todavía quedan-. Lo de hoy es tener funcionarios electorales, que se dan baños de pureza diciéndose independientes, haciendo el trabajo sucio.

Hemos llegado al grado de que las candidatas y los candidatos enfrentan la perversa situación de que, una vez ganado en las urnas, con el voto del pueblo a su favor, viven “con el Jesús en la boca” porque están a merced de que les anulen su elección por algún oscuro tecnicismo que, muchas veces, ni siquiera está expresamente escrito en la ley. Eso, si no es que les tumbaron la candidatura pocos días antes de la elección. Cuando eso pasa, se aplica la clásica frase del manual del autoritarismo: “Háganle como quieran: no es no”.

¿La marcha fue para defender al voto? No. En absoluto, no. Están defendiendo a una jerarquía de funcionarios que están lejos de representar a los intereses del pueblo y que están a una rayita de descararse como francamente enfrentados contra la transformación del país. Están defendiendo al viejo régimen con el que muchas y muchos hacían negocios.

Creo, eso sí, que había mucha gente de buena fe en la marcha. Gente honesta pero mal informada, que no ha leído el contenido de la Reforma Electoral, que les endulzaron el oído y que se ha ido con la finta de las campañas negras de desprestigio y de manipulación de la opinión pública -con todo un aparato de medios a su favor- a cargo del PRIAN que, la neta, también para eso son buenos.

A esas personas honestas y de buena fe, les puedo dar una clave para salir de dudas: si vas marchando en la calle y Alito Moreno va caminando junto a ti, entonces estás en la marcha equivocada para el bien del país.

Yo no marché el fin de semana, pero sí sudé la gota gorda. Con el gobernador Cuitláhuac García al frente, fui parte de un tequio que le echó montón a mejorar el Telebachillerato de Tebanca, en el municipio de Catemaco, en mi tierra, Los Tuxtlas.

Ahí, en Catemaco, también tuve el gusto de saludar a nuestra secretaria de Energía, Rocío Nahle García, con quien el Gobernador promueve inversiones para Veracruz. Además, participé en el Consejo Estatal de Morena, en el que se puso énfasis en nuestra unidad como movimiento.

Mis Águilas del América no ganaron, pero empataron, así que puedo decir que tuve un gran fin de semana.

Pd. Es Chío. Que conste que se los estoy diciendo con tiempo.

Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado.

Mermelada de fresa

CYNTHIA SÁNCHEZ

Desde hace diez años voy con la misma estilista. Ya ni si quiera vivo en esa parte de la ciudad y me toma casi una hora ir hacia su local que sigue teniendo los mismos posters de cortes de los ochentas.
También la señora sigue siendo la misma, se ha ido quedando rezagada en cuanto a modas y ante la propuesta de un corte moderno, sugiere lo ya conocido.

Como ya es adulta mayor, a veces se le olvida qué le has pedido, y al final el resultado no es el esperado. Sin falla, siempre termino molesta y jurando no regresar. Pero a los dos o tres meses, vuelvo para el “despunte”, y de nuevo la historia se repite.

Una vez me llevaron a desayunar a un pequeño cafecito. Él ya había ido dos veces y no le había gustado. Así que fuimos y la comida a duras penas fue pasable.

Sacamos en punto que lo único bueno había sido la mermelada de fresa casera. Y ya que había sido lo único rico, dedujimos que quizá no la hicieron ellos.

Ya puedes descartar el lugar, le dije. Respondió que sí, pero su gesto fue vago.

¿Acaso terminaría yendo una cuarta, quinta vez, para seguir constatando que el lugar no le gustaba? Sonreí reconociéndome en esa tendencia.

Mi terapeuta tiene un método de trabajo que me agrada. De lo que llevo a la sesión ella comienza a hablar de un autor, de un estudio, habla de casos de análisis, voces a favor y en contra. Y claro, a medida que va delineando la teoría me doy cuenta por qué la trae a la mesa.

A veces también comparte anécdotas de la vida cotidiana para poner en perspectiva una situación y de ahí poder partir al análisis. El foco no siempre tiene que apuntar directamente al sujeto.

Un día me habló sobre una joven que tenía antojo de hot dogs del Costco. Fue justo a 10 minutos de que cerraran y había una fila de unas 15 personas. Aún así se formó. A medida que pasaban los minutos la fila avanzaba lentamente, así que algunas personas se iban saliendo, otras al pasar su turno ya no conseguían lo que querían y se iban con las manos vacías; llegaban personas nuevas y al ver la situación decidían no formarse. Pero la joven seguía siendo la última y se convenció de que lo lograría. A dos sitios delante de ella, el encargado dijo en voz alta que solo quedaban 10 hot dogs. Pasa el tipo formado y pide los 10 productos. La persona siguiente pregunta al instante si aquello era todo.

“Sí, no queda nada”, dice el cajero en voz alta. Y la persona se va. Pero ella sigue en la fila. Cuando despachan al que se lleva los 10 hot dogs, pasa ella. El encargado con asombro ve que es la única esperando y le repite que no hay nada. Entonces es cuando la joven se enoja y reclama, porque ella ya estaba formada en la fila, esperando su turno…

Pero, ¿no escuchó que se había acabo todo?, ¿por qué si llegó tarde no consideró la posibilidad de no alcanzar nada?, ¿por qué otros se fueron o al llegar y ver la situación ni siquiera se formaron?
¿Qué nos orilla a girar en espirales infinitas?, ¿qué ancla traemos cocida a nuestro pecho que nos impide movernos?, ¿de qué cuerda están hechos los amarres de nuestra conciencia?, ¿qué miedos nos definen, qué certezas?, ¿cómo se quitan las botas de plomo?, ¿queremos quitárnoslas?
A veces pienso que vivo formándome en la fila del Costco, ¿y usted?

csanchez@diariodexalapa.com.mx

Litio.


Parlamento Veracruz.
Juan Javier Gómez Cazarín

Se avecina en el mundo la pelea por obtener litio, por conseguirlo más barato, por acapararlo, por negárselo a la competencia, por ganar el poder de controlarlo. Países y corporaciones se van a pelear el litio con uñas y dientes. Como con el petróleo, pues.

La neta es que la mayoría de nosotras y nosotros no tiene muy en claro cuál es la importancia del litio. Yo diría que muchas y muchos ni siquiera parecemos saber bien a bien qué es eso.

Sin embargo, cuando tenemos nuestro teléfono en la mano, nos encontramos muy cerca de la tecnología de las baterías que permiten que nuestros aparatos electrónicos funcionen sin necesidad estar siempre conectados al enchufe de la pared.

Baterías mucho más grandes que las de nuestro teléfono, pero que también están hechas de litio, almacenan la energía que permite mover a los autos eléctricos.

Y resulta que muchos países han prohibido la venta de coches con motor de gasolina para el 2030. O sea que van a tener que ser eléctricos a fuerza.

El litio es un mineral, como el oro y la plata, del que México tiene enormes reservas bajo tierra.

Como se imaginarán, ya han de haber lobos rondándole a ese litio mexicano para hacer su agosto llevándoselo con concesiones mineras amañadas, quizá en Gobiernos futuros.

Pero el presidente Andrés Manuel López Obrador piensa a futuro y se les adelantó. Él se va en el 2024, pero este sábado promulgó el Decreto que declara la nacionalización del litio a favor de México y de su pueblo. Las mineras extranjeras no podrán tocarlo.

Salió en las noticias, pero casi no se hizo mucha bulla. Será porque no se entiende mucho la importancia de este Decreto y porque pareciera que falta mucho para que llegue el 2030.

Felizmente, López Obrador es un observador agudo de la realidad y tiene, además, a una encargada de la política energética que sabe lo que hace: la secretaria de Energía, Rocío Nahle García, mujer veracruzana comprometida con las causas del pueblo y principal consejera del Presidente para la nacionalización del litio.

¿Se imaginan esto en un gobierno neoliberal como los anteriores? Ya se lo hubieran repartido a sus parientes y socios, como quisieron hacer con el petróleo.

Estoy convencido de que en el futuro, por muchas décadas, se recordará esta nacionalización del litio. Y para orgullo nuestro, el nombre de Rocío Nahle estará ligado a su historia. ¡Esta es la Cuarta Transformación!

Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado.