Mermelada de fresa

CYNTHIA SÁNCHEZ

Desde hace diez años voy con la misma estilista. Ya ni si quiera vivo en esa parte de la ciudad y me toma casi una hora ir hacia su local que sigue teniendo los mismos posters de cortes de los ochentas.
También la señora sigue siendo la misma, se ha ido quedando rezagada en cuanto a modas y ante la propuesta de un corte moderno, sugiere lo ya conocido.

Como ya es adulta mayor, a veces se le olvida qué le has pedido, y al final el resultado no es el esperado. Sin falla, siempre termino molesta y jurando no regresar. Pero a los dos o tres meses, vuelvo para el “despunte”, y de nuevo la historia se repite.

Una vez me llevaron a desayunar a un pequeño cafecito. Él ya había ido dos veces y no le había gustado. Así que fuimos y la comida a duras penas fue pasable.

Sacamos en punto que lo único bueno había sido la mermelada de fresa casera. Y ya que había sido lo único rico, dedujimos que quizá no la hicieron ellos.

Ya puedes descartar el lugar, le dije. Respondió que sí, pero su gesto fue vago.

¿Acaso terminaría yendo una cuarta, quinta vez, para seguir constatando que el lugar no le gustaba? Sonreí reconociéndome en esa tendencia.

Mi terapeuta tiene un método de trabajo que me agrada. De lo que llevo a la sesión ella comienza a hablar de un autor, de un estudio, habla de casos de análisis, voces a favor y en contra. Y claro, a medida que va delineando la teoría me doy cuenta por qué la trae a la mesa.

A veces también comparte anécdotas de la vida cotidiana para poner en perspectiva una situación y de ahí poder partir al análisis. El foco no siempre tiene que apuntar directamente al sujeto.

Un día me habló sobre una joven que tenía antojo de hot dogs del Costco. Fue justo a 10 minutos de que cerraran y había una fila de unas 15 personas. Aún así se formó. A medida que pasaban los minutos la fila avanzaba lentamente, así que algunas personas se iban saliendo, otras al pasar su turno ya no conseguían lo que querían y se iban con las manos vacías; llegaban personas nuevas y al ver la situación decidían no formarse. Pero la joven seguía siendo la última y se convenció de que lo lograría. A dos sitios delante de ella, el encargado dijo en voz alta que solo quedaban 10 hot dogs. Pasa el tipo formado y pide los 10 productos. La persona siguiente pregunta al instante si aquello era todo.

“Sí, no queda nada”, dice el cajero en voz alta. Y la persona se va. Pero ella sigue en la fila. Cuando despachan al que se lleva los 10 hot dogs, pasa ella. El encargado con asombro ve que es la única esperando y le repite que no hay nada. Entonces es cuando la joven se enoja y reclama, porque ella ya estaba formada en la fila, esperando su turno…

Pero, ¿no escuchó que se había acabo todo?, ¿por qué si llegó tarde no consideró la posibilidad de no alcanzar nada?, ¿por qué otros se fueron o al llegar y ver la situación ni siquiera se formaron?
¿Qué nos orilla a girar en espirales infinitas?, ¿qué ancla traemos cocida a nuestro pecho que nos impide movernos?, ¿de qué cuerda están hechos los amarres de nuestra conciencia?, ¿qué miedos nos definen, qué certezas?, ¿cómo se quitan las botas de plomo?, ¿queremos quitárnoslas?
A veces pienso que vivo formándome en la fila del Costco, ¿y usted?

csanchez@diariodexalapa.com.mx

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