TRINCERAS DE IDEAS
Cynthia Sánchez
¿Quién eres tú?, le increpa la oruga a Alicia mientras fuma su opio con aire de arrogancia. No sabría decirle, señor. En la mañana era una, pero ahora, soy otra, le responde Alicia azorada.
¿Quién eres?, ¿quiénes somos?, tras cuántos conejos blancos hemos corrido, en cuántos pozos sin fin hemos caído, en cuántos laberintos hemos dado vueltas una y otra vez pasando la salida sin verla.
Qué impulso nos empuja a seguir buscando afuera cómo llenar un vacío interior que no nos animamos a explorar, a ver hasta dónde llegan sus bordes, qué lo origina.
Vivimos en una sociedad del uso y desecho. Consumir es la parte nodal del sistema económico-ideológico-social que enfrentamos día a día. Pero también ese sistema trasciende y define lo emocional.
¿De dónde nos vienen las formas en que nos relacionamos con los otros y nosotros mismos?, ¿dónde, cómo aprendimos a amar?
¿Es casual que al tiempo que la modernidad es cada vez más vertiginosa y superflua, la forma en que intercambiamos amor es efímero y utilitario? Queremos más y más rápido, pero con menos exigencias. Si todo está al alcance de un clic, ¿por qué tendríamos que comprometernos con relaciones, de cualquier tipo, que exigen tiempo, escucha, empatía?
La era digital capitalista nos ha ido educando para aspirar a más, mejor y rápido. Para siempre buscar lo que está a punto de salir, anhelar lo que apenas se va a inventar para lanzarse al mercado. Y así vamos buscando también felicidad, tranquilidad, paz, amor y realización como un producto más que puede comprarse de alguna forma y que siempre habrá que cambiar, “actualizar”, arrojándonos en una continua espiral de insatisfacción, porque creemos que nunca llegaremos, que ese anhelo siempre está fuera de nuestro alcance; y tal como las cosas materiales no crean satisfacción duradera, tampoco el sentimiento hecho producto nos llena.
Acostumbrados a que todo es un fin a perseguir, una meta que cruzar, cuando al fin tenemos ese alguien, ese algo, lo desechamos porque no es la estabilidad lo que nos da lugar, sino el conflicto, el rechazo, incluso. Cuántos hay que desechan ese cariño limpio del que nos han hablado los poetas por irse tras quimeras que lastiman. ¿De verdad aspiramos al amor?, ¿a ser amados por lo que somos sin fingirnos, sin atenuarnos y amar por quienes son los otros?, o solo estamos enganchados a la carrera, a la búsqueda. Nos dopa el dolor, la insatisfacción.
Si no sabes a dónde vas, no importa el camino que tomes, le dice el gato de Cheshire a Alicia. Con que uno llegue a algún lado, responde ella. Siempre se llega a algún lado, contesta el gato.
¿Sabemos a dónde vamos?, ¿a dónde queremos llegar?, ¿somos conscientes de a dónde nos llevan nuestras decisiones?, ¿somos lo que acertamos o lo que erramos?, ¿somos lo que ganamos o lo que perdemos?, ¿somos el amor que damos o el dolor que causamos?, ¿realmente no podemos ver lo que hay delante o estamos cerrando los ojos?, ¿podemos ser más, ser menos de lo que somos?, ¿alguna vez se despierta de la pesadilla para darnos cuenta que siempre estuvimos seguros bajo la copa de un árbol?
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