TRINCHERAS DE IDEAS
Cynthia Sánchez
Suena la alarma, suspiramos, nos levantamos, intentamos echar a un lado la desazón de iniciar otro día. Iniciamos la rutina, repasamos los pendientes…
Todos los rostros que topamos en la calle llevan su propio ritmo, su propia agenda, su propio infierno, el propio día a día que en algún punto parece la repetición en espiral de una vida que ya no recordamos cuándo la elegimos, en qué momento llegamos a los roles de los que ahora parece no haber escapatoria.
Qué somos y qué nos define en el marasmo de una cotidianidad atravesada por el sistema económico-político-social vigente pero no por ello menos obsoleto y en degradación.
Cuál es la razón de cada abrir de ojos más allá de ser un engrane del capitalismo, más allá de ser un número en la nómina, más allá de ser un like en las redes, más allá de lo inobjetable, más allá de las apariencias. ¿En qué podría reconocerme?, ¿en quién puedo hacer eco?
¿Qué pasaría si un día andado por la calle me encontrara con otro yo? Alguien que tomó el otro camino, que dijo sí en vez de no, ¿y si fuera cierta la fantasía de ser otro?
En El Hombre Duplicado (José Saramago, Alfaguara. 2003), Tertuliano Máximo Afonso es un gris profesor de literatura de 38 años, sobreviviente de su rutina, acoplado fielmente al devenir de los días, seco de aspiraciones, amoldado al sistema, resignado a que no hay más.
Una mañana, mientas ve una película, descubre que un actor es su copia fiel, y en un arrebato lo investiga, lo encuentra, lo sigue y se da cuenta que es su gemelo idéntico, aunque no lo une lazo de sangre alguno; es solo un clon, una falla de la naturaleza. Pero lo terrible no es que tenga un doble, sino que aquel tiene una vida totalmente distinta.
Como toda novela de Saramago, la historia pone en la mesa la necesidad de reflexionar qué nos da identidad, qué nos hace únicos, cómo se han tejido en nuestro cerebro los códigos que nos hace ser quienes somos.
Y cuestionarnos sobre nuestro ser puede arrojarnos también a preguntarnos, ¿es posible revelarnos de nosotros mismos?, ¿de nuestros patrones, de nuestros vacíos, de nuestros miedos?, ¿podemos salir de la fosa de nuestras oscuridades?, ¿quiénes seríamos si pudiéramos sobreponernos a lo que somos, a lo que nos dijeron que somos?
¿Y si más allá de unidades productivas enajenadas por el sistema pudiéramos ser personas únicas y libres de realizarnos en nuestra verdadera habilidad?
¿Y si más allá de afanarnos en cumplir con estándares para ser objeto de uso y desecho fuéramos libres de expresarnos en nuestra particularidad?
¿Y si más allá de organizarnos de forma piramidal creyendo que avanzar es pasar por encima del otro y mejor le apostamos a las relaciones horizontales, igualitarias, donde cada uno aporte en su capacidad?
¿Y si dejamos de creer que somos de facto seres egoístas incapaces del cambio y nos animáramos a creer que podemos ser solidarios?
¿Quién hubiera querido ser?, le preguntaron a la escritora argentina Silvia Ocampo, “Ser yo misma corregida varias veces por mí misma”, respondió.
Desde un cuarto piso, con la ventana abierta por donde me llega el eco de la ciudad convulsa, me pregunto, ¿quién hubiera querido ser?, ¿hay tiempo?, reflexiono mi respuesta. ¿Y ustedes?
csanchez@diariodexalapa.com.mx