TRINCHERAS DE IDEAS
Cynthia Sánchez
“Miguitas de ternura yo necesito, si te sobra un poquito, dámelo a mí”, dice el estribillo de una canción de Facundo Cabral. La ternura, un sentimiento, un ejercicio, un estado, una necesidad en el marco de una sociedad que se basa en el individualismo y una filosofía del uso y desecho.
Ante un sistema capitalista que se funda en el consumismo y uso de los recursos hasta su extinción, buscar vetas de aquello que nos haga solidarios sin dobleces es cada vez más prioritario, y en la construcción de una realidad distinta, recobrar el ejercicio de la ternura es una pequeña pero poderosa acción que abona al entendimiento del otro y a su reconocimiento como persona compleja merecedora de amor y libertades y no como un engranaje más dentro de la sociedad o incluso de la vida de otros.
La agitada vida diaria ya no solo sigue el ritmo marcado por el trabajo y todo lo que con lleva la sobrevivencia, las redes sociales marcan también un subritmo acelerado que exige la mejor cara en tiempo real. Las aplicaciones sociales nos dan la sensación de que todos estamos conectados, pendientes del otro, a su disposición y a nuestra disposición, pero la intolerancia pulsa en cada interacción, una presión por ser felices, plenos, productivos; una presión por aceptarnos pronto y sin mediadores si nos descubrimos en desventaja, imperfectos, en contradicción interna. Es la tiranía del bienestar a toda costa, de la aceptación como fuere, para ser mercancía y consumidor a la vez.
Estamos en una diaria carrera por despersonalizarnos, le apostamos a la catarsis de las publicaciones, la aceptación de los likes; y ante ello nos volvemos intolerantes, víctimas y victimarios; criticamos hasta la saciedad porque todos estamos luchando contra nosotros mismos por no ser, ¿por qué alguien más debería ser objeto de compresión, de atención, de escucha?
Vamos día a día despojándonos de pequeñas partes que creemos obsoletas: sentir, agradecer, empatizar, amar; vamos cercando nuestras emociones porque creemos que nos hacen vulnerables ante la paradoja de la socialización extrema de la modernidad.
Preferimos no sentir de verdad, amar de verdad, estar de verdad; nos han enseñado que solos avanzamos mejor, que si no confiamos nos protegemos, que ser egoísta a rajatabla es sano y la aspiración final como seres hechos para una nueva realidad.
¿Y la ternura? Qué bien nos haría una revolución de la ternura, tratarnos con atención y afecto como respuesta a la vorágine del capitalismo; tratarnos con empatía y paciencia como respuesta a la presión social por ser objeto de uso y desecho. Miguitas de ternura para resistir los embates de un sistema económico cada vez más degradante y en degradación. Miguitas de ternura para tendernos la mano en el oscurantismo fascista que cobra bríos. Miguitas de ternura para tejer puentes solidarios. Ternura para vernos, escucharnos, sentirnos.
csanchez@diariodexalapa.com.mx