TRINCHERA DE IDEAS
Cynthia Sánchez
¿Qué llevaría a aquel homínido ancestral a dejar la seguridad de las ramas de los árboles para explorar lo que había en el suelo?
¿Sería empujado por el hambre, el frío, la curiosidad, una incipiente consciencia de saber qué hay más allá? Aquello que lo obligó a bajar fue crucial para su adaptación y evolución como especie, ésta que somos ahora. Aquel impulso ha seguido latiendo durante siglos, cada vez más amortiguado, más cercado. Hemos hecho de nuestro sistema social un nuevo árbol y conformes con la seguridad que provee, dejamos de cuestionarnos qué hay fuera de la copa… Tememos a lo desconocido, nos pesa la incertidumbre, preferimos la comodidad de lo ya conquistado.
En el libro Cómo el hombre llegó a ser gigante, M. Ilin y Elena Segal explican que cada ser vivo del planeta vive en una especie de jaula invisible, atado a su ecosistema; vemos surcar el ave por los cielos y creemos que va a donde le place, pero no puede ir más allá de donde se encuentra su alimento, el clima que lo favorece, de donde puede ocultarse de sus depredadores. Así, la humanidad se cree libre y cree que surca el cielo de sus deseos, ajeno a la jaula que lo contiene y del que incluso es su celador.
Lo desconocido, lo diferente, aquello que nos hace dudar o nos saca de nuestra zona de confort se nos vende como el enemigo; buscamos asirnos a viejos patrones establecidos por más obsoletos y dañinos que sean. Nos unimos complacientes al coro que censura y se apresta a decir “porque así son las cosas”, en un acto de apaciguar el hormigueo del pecho que trae la duda y la incertidumbre…
Pero es la duda nuestra mejor herramienta, es la valoración y la crítica del status quo lo que lleva a la transformación, al movimiento.
Guiomar Melgar, investigadora de la UV, dijo hace un par de años en una charla ante estudiantes del Diplomado en Comunicación Pública de la Ciencia: “Nos gusta el dogma, la fe, los absolutos, el milagro, pero nuestra seguridad está en nuestras dudas, no en nuestras certezas”.
Y es que cuando damos todo por hecho y nos sentamos a pasar la vida bajo el entendido de “las cosas son así”; no sólo damos a otros la oportunidad de decidir sobre nuestras vidas, sino que nos convertimos en sus reproductores. La violencia diaria, la miseria, el hambre, la inequidad son frutos de un sistema social que beneficia a unos cuantos a costa de unos muchos. La indolencia ya no puede ser la respuesta.
Por ello dudar y cuestionar es fundamental: ¿La sociedad sólo puede organizarse de esta forma?, ¿puedo modificar el cómo me relaciono con los demás, conmigo mismo?, ¿qué pasaría si fuera un poco empático y solidario con el otro?, ¿puedo construir otras formas de dar solución a problemas de mi calle, de mi comunidad, sin que medie el gobierno?, ¿realmente necesito consumir estos productos?, ¿qué pasaría si…?, ¿qué hay más allá de…?
El árbol en el que nos guarecemos es cada vez más hostil, va siendo hora de mirar hacia afuera, atreverse a dudar, a vencer el temor a la incertidumbre, a lo desconocido y caminar…